Con ¡Ay, socorro, mamaíta! vamos a zambullirnos en los miedos infantiles, poblados de monstruos, pero a través de la ternura y el humor de Franskenstein, Drácula, brujas y serpientes... Lo mejor que podemos hacer es plantar cara a nuestros fantasmas, hacernos amigos de ellos, reírnos con ellos, de ellos y de nosotros, porque así acabarán desapareciendo.